lunes, 4 de octubre de 2010

Roma no se hizo en un día...pero se hizo


Emprender, en el sentido de dar vida a un proyecto que no tiene por qué ser únicamente empresarial, nunca había sido tan fácil. En la actualidad es complicado tener una idea y no saber cómo llevarla a cabo por falta de medios. Otra cosa es la financiación, claro está.

La cantidad de recursos a nuestro alcance son casi ilimitados, entendiendo las herramientas que ofrecen los programas de ordenador e Internet junto el abaratamiento de actividades que hace unos años quedaban reservadas para unos pocos. Tanta red social, nuevas tecnologías, recursos gratuitos y la dichosa proactividad pueden acabar convirtiéndonos en víctimas de nuestra propia inquietud.

El procedimiento siempre es el mismo. Un detonante activa en nuestro córtex las ganas de ponernos en la piel del creador, ya sea organizar un seminario, escribir un libro o rodar una película. Vamos, que todavía no has acabado de comer y ya estás pidiendo la cena del día siguiente.

A continuación, como si el resto de proyectos hubiesen dejado de existir, invertimos tiempo y recursos (humanos y económicos) encaminados al maravilloso nuevo proyecto, prometiéndonos a nosotros mismos que “éste” sí que lo vamos a acabar. No obstante, en un par de días, o semanas, el proceso se repite.

¿Qué hemos logrado con nuestra ejemplar proactividad? Básicamente una pila de cosas sin hacer, proyectos que se solapan, el incremento de la ansiedad y la consiguiente insatisfacción por no ver la obra finalizada.

Ahora bien, para la cosas que realmente debemos hacer siempre encontraremos la excusa perfecta introduciendo entre medias nuevos proyectos e iniciativas como sin por ello tranquilizásemos a nuestra conciencia mediante una compensación en forma de inversión de tiempo.

La proactividad no se traduce en el impulso constante de hacer cosas nuevas, y ni siquiera en pretender pertenecer a todas las organizaciones habidas y por haber. La proactividad dista mucho del histerismo.

Una actitud proactiva es aquella que genera, que impulsa en tiempo y forma un proyecto cristalizado en una realidad. El miedo a fallar nos encamina a prepararnos para el fracaso, pero no acabamos de saber prepararnos para el éxito. Algo aparentemente tan sencillo a la hora de emprender como es tener claro, desde el principio, que estamos dispuestos a acabar el proyecto, no acabamos de serlo.

Ojo, pues, con las facilidades técnicas y materiales, porque de oportunidad pueden convertirse en trampa.

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