Volviendo el otro día en el coche con Israel Pastor, compañero del Observatorio de Inserción Laboral de la UA, de participar como ponentes en unas jornadas de empleo en Benidorm, hemos reflexionado sobre una interesante cuestión.
Analizando el tiempo que invertimos en tareas a nivel profesional concluimos con que nuestra forma de trabajar es 24/7, lo que se traduce a una plena operatividad las veinticuatro horas al día los siete días de la semana.
¡Dejad que me explique y no me llaméis exagerado!
Nuestro 24/7 tiene una particularidad, y es que no la consideramos una carga sino una ventaja.
¿Cuál es la mejor recompensa para alguien que disfruta con lo que hace? La flexibilidad horaria y el trabajo por objetivos, un concepto que no acaba de cuajar entre el empresariado español, más acostumbrado a valorar los horarios y la productividad durante los mismos en lugar de la productividad en su conjunto.
Ese concepto algo arcaico, pero absolutamente comprensible en puestos lógicos de vigilancia o atención al cliente que demandan de disciplina horaria, descuida el factor más importante para alcanzar la mayor productividad: la motivación.
¿Quién no ha tenido un mal día en alguna ocasión y ha aguantado en el trabajo como ha podido con el consuelo de llegar pronto a casa? Soberana pérdida de tiempo que no beneficia ni al trabajador ni a la empresa.
Además, si la situación perdura los perjudicados son todos en su conjunto. Para el empleado contribuye a un progresivo desgaste y, por consiguiente, un descenso aún mayor de lo que podría dar de sí.
Para el empresario supone la ausencia y descenso de la productividad, obligándole a prestar atención a lo que está pasando en detrimento de otras funciones en las que debería centrarse.
Entonces, si la cosa siempre es mala para todos....¿por qué seguimos actuando de manera tan poco operativa?
Básicamente por ese carácter español picaresco tan característico en nuestra tierra. La disciplina y sentir como propia a la empresa no siempre arraiga en los empleados, en parte por una ausencia de motivación (pescadilla que se muerde la cola).
Igual que la creatividad puede surgir en cualquier momento, lo mismo sucede con las energías para trabajar. Es, por ejemplo, la fortaleza de la que, y con razón, presumen algunos autónomos cuando dicen que pueden quedarse hasta altas horas de la noche trabajando por no tener que madrugar al día siguiente. O aquellos que deciden airearse tomando un día libre para luego encerrarse durante otros tres y acabar un proyecto.
¿La clave? La responsabilidad personal hacia el trabajo.
Al fin y al cabo de lo que se trata es de la productividad.
Y si eso se consigue poniéndole las cosas fáciles al trabajador en forma de flexibilidad y confianza en lo que hace, muchísimo mejor.
¿O no?
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